Esto pienso muchas veces: ¡no puedo más! Me siento agotada, sin recursos… Siento dolor de no poder controlar la situación, de no saber dar toda la atención que merecen. Es así muchas veces.
Escribo esta entrada después de haber leído el último número de la revista digital de Edúkame, que lleva como título «El método de la paciencia con hijos. ¿Qué hacer si se pierde con agresividad?» Fue leer el título y pensar que lo estaban escribiendo para mí, así que lo leí sin dudar. Expondré algunos de los consejos que dan para conseguir más paciencia y evitar perderla de manera agresiva.
Comenzaré con la definición que da la psicóloga de la revista de la palabra paciencia, contextualizada en materia de educación y crianza:
«paciencia es el comportamiento que utilizamos con nuestros hijos para poder aguantar los trances, problemas o conflictos de su educación y crianza para conseguir su felicidad y su buen desarrollo».
(Edúkame. El método de la paciencia con hijos. ¿Qué hacer si se pierde con agresividad?, p.11)
Fácil, ¿verdad? Todos queremos lo mejor para nuestros hijos, pero alguna que otra vez explotamos y perdemos la paciencia. ¿Dónde comprarla? La respuesta está en nosotros. Dentro de nosotros tenemos la clave para conseguir la paciencia, pero no es fácil, debemos tratar de hacer un cambio en nosotros y nuestra forma de ver las cosas.
¿Qué he sacado en claro?
1. Debo ajustar mis expectativas y ser menos exigente con mis hijos.
Tener expectativas es bueno, pero hay que ser coherente con lo que les exigimos. No sé vosotros, pero yo pierdo la paciencia si no consigo algo que me propongo o si no ocurre alguna cosa tal y como la pienso. Muchas veces espero más de lo que ellos buenamente pueden ofrecerme en esos momentos. Por ejemplo, si tras un día de trabajo en la escuela, debo acabar de hacer algunos trabajos o preparar alguna cosa para las clases, estoy pensando en eso que debo hacer y no presto atención a las necesidades de mis hijos, que requieren mi atención, a su ritmo, ellos no son para nada conscientes de los problemas de «los mayores»; así que si aquel día mi hijo cena más lento de lo habitual y además mi hija no se duerme en la toma de pecho que correspondría a la cena, tal y como yo espero, me voy poniendo nerviosa y puedo acabar gritando por cualquier cosa que hagan. Todo me puede parecer mal y parezco un ogro. En cambio, debería ser consciente de que ellos tienen otras necesidades, ellos quieren la atención de los padres, comer a su ritmo (¿por qué con prisa? Quién tiene prisa, ¿los padres o el niño?), quieren jugar, quieren hacer cosas contigo, aunque sean repetitivas y a nosotros como adultos nos cansen. A veces les llegamos exigir comportamientos que ellos no pueden llevar a cabo por falta de madurez, o por edad. Así pues, debo ser consciente que la responsabilidad de hacer el trabajo es mía, pero no debo descargar mi ira por no poder estar haciendo lo que quiero en aquel momento con mis hijos pues ellos no tienen culpa alguna. Si ajusto mis expectativas al momento o a la situación que me encuentre me ayudará a ser más paciente y no enfadarme tanto.
2. Debo deshacerme de los pensamientos negativos relacionados con mi hijo y su mal comportamiento.
Este artículo básicamente lo leía pensando en mi hijo mayor, pues es con él a menudo con quién pagamos nuestro mal humor, quién nos hace enfadar más últimamente. ¿Por qué? Lleva una temporada, que achacamos a los celos, que da golpes a su hermana, también nos desafía en la hora del baño, en la hora de la cena, en la hora de vestirse, a la hora de salir… cualquier situación de cambio es un drama (no siempre, por suerte, pero muy a menudo). ¿Qué debo pensar entonces en estos momentos en que grita, llora, patalea, se niega…? ¿Debo conceder sus deseos? Por supuesto deben existir unos límites para los niños, así que marcaremos esos límites pero debemos intentar no enfadarnos y sacar la rabia cuando nos está desafiando. Tengo que pensar que es una etapa normal en mi hijo, está creciendo y probando sus propios límites; los padres debemos ofrecerles pautas claras con seguridad, amor y constancia.
Así pues, aunque llore, patalee y marranee, debemos guiarles y cumplir con nuestro papel de padres sin importarnos si la imagen que damos es de «malos padres» porque en aquél momento nos esté llorando o negando lo que pedimos. Debemos ser coherentes con lo que les pedimos y cumplir con ello. Así les damos seguridad y les ayudamos a crecer sintiéndose protegidos. Si no me fijo en la imagen que doy a los demás de estos desafíos y del qué dirán, me daré cuenta que lo que hace es cosa de niños y que no lo hace ni para ofenderme ni para molestarme.
Con el tema del pegar a su hermana es más peliagudo, pues claramente aquí hay una parte que mi hijo no controla ya quiere atención hacia él y siente que ella se la está quitando. Nosotros debemos hacerle entender con amor y paciencia que le queremos igual, y que le dedicamos tiempo para él también. Necesitamos esta paciencia para hacerle entender que no debe pegar a su hermana. Y no tenemos que perderla pronto pues no será de efecto immediato que entienda que le damos la misma atención que a su hermana. Pero bueno, los celos merece un capítulo a parte.
3. La agresividad directa (gritos, insultos, amenazas, golpes) y la agresividad desplazada (ironía, sarcasmo, pulla, rintintín…) se debe evitar a toda costa.
Les estamos haciendo mucho daño con estos tipos de agresividad. Dañamos su autoestima, los hacemos vulnerables y a la larga también violentos. En el artículo nos propone la catarsis que nos ayuda a disminuir el impulso de agredir (de cualquiera de las maneras anteriormente nombradas), esto es, descargar emocionalmente nuestra rabia sin dañar al otro, como por ejemplo cantar fuerte, saltar y patalear, gritar al aire, irse a correr, nadar, romper papeles, etc… Para esto, se debe buscar un espacio donde no estén los niños, liberar la rabia, y luego, en todo caso, hablarlo con ellos. Explicarles que te has enfadado, el porqué… No debemos esconder la emoción de la rabia. Se debe expresar de alguna manera porque sino es cuando aparece en forma de explosión cuando nos enfadamos. Si sentimos que estamos perdiendo la paciencia debemos buscar un espacio donde liberar la rabia, nunca delante de los pequeños pues ellos no tienen la culpa y les estamos dañando.
Conclusiones, debemos aceptar que tenemos este lado oscuro, que hay veces que perdemos la paciencia. Esto no quiere decir que debamos dañar a nuestros pequeños, al contrario, tenemos que buscar la manera de comprender la situación, ajustarnos a la realidad, bajar expectativas y si aún así perdemos la paciencia buscar un espacio para poder liberar la ira sin dañar a nuestros hijos. Si acepto que tengo una nueva realidad, nuevas necesidades y relajo mi día a día, conseguiré vivir más tranquila, ser más serena, atender mejor a los dos pequeños, acompañarles en sus necesidades. Tengo deberes para este verano, y no solo son referentes a mi profesión, lo son para lo más importante: ellos. Mis deberes son ganar confianza, aplicar estos pequeños (grandes) consejos, ver a mis hijos como lo que son, niños, pensar más en sus necesidades y no exigir por encima de sus posibilidades.
Bibliografía:
Edúkame, El método de la paciencia con hijos. ¿Qué hacer si se pierde con agresividad? (Junio 2014)